La Navidad suele pensarse como un tiempo exclusivamente religioso o familiar; sin embargo, desde una perspectiva histórica, también puede leerse como un momento privilegiado para la circulación del conocimiento científico. A lo largo de la historia moderna, los rituales festivos han funcionado como espacios de transmisión simbólica, donde la ciencia, lejos de ser ajena a la cultura, dialoga con ella. Autores como Steven Shapin han insistido en que la ciencia es una práctica social situada, profundamente vinculada a valores, calendarios y tradiciones colectivas, entre ellas las celebraciones anuales que estructuran la vida social.
Desde el siglo XIX, la relación entre Navidad y ciencia se consolidó de manera explícita con iniciativas como las Christmas Lectures de la Royal Institution de Londres, fundadas por Michael Faraday en 1825. Estas conferencias, pensadas para niñas, niños y familias durante las vacaciones decembrinas, reflejan una concepción ilustrada del conocimiento como un bien público. Faraday entendía la divulgación científica no solo como enseñanza, sino como celebración: aprender ciencia podía y debía ser una experiencia festiva, cercana y emocionalmente significativa.
La historia de la ciencia ha subrayado que estos espacios no fueron neutros. Robert K. Merton, desde la sociología histórica de la ciencia, mostró cómo las instituciones científicas modernas se apoyaron en valores culturales compartidos, como la cooperación, la curiosidad y la esperanza en el progreso; que encuentran eco en el simbolismo navideño. La Navidad, en este sentido, funciona como un marco cultural que favorece la divulgación, la reflexión y la transmisión intergeneracional del conocimiento.
Asimismo, Thomas S. Kuhn nos recuerda que la ciencia avanza no solo por rupturas paradigmáticas, sino también mediante procesos educativos y narrativos que permiten a las comunidades comprender el mundo, sobre todo en épocas como la Navidad, cuando se detiene el ritmo productivo y se abre un tiempo para la contemplación, la ciencia puede presentarse no como acumulación de datos, sino como una forma de entender nuestro lugar en el universo: desde el origen del cosmos hasta los ciclos naturales que marcan la vida en la Tierra.
Desde enfoques más contemporáneos, Bruno Latour y la historia social del conocimiento han enfatizado que la ciencia necesita relatos, metáforas y momentos simbólicos para integrarse en la vida cotidiana. Celebrar la Navidad con ciencia implica reconocer que los descubrimientos científicos, la astronomía que explica la estrella de Belén, la física de la luz, la biología de la vida, también forman parte de nuestra herencia cultural. La divulgación científica en estas fechas refuerza el vínculo entre saber, emoción y comunidad.
Finalmente, pensar la Navidad desde la ciencia no es un gesto como accesorio, sino una práctica con profundas raíces históricas. Celebrarla con ciencia es continuar una tradición que concibe el conocimiento como un acto colectivo, generoso y esperanzador. En un mundo marcado por la incertidumbre, la Navidad ofrece una oportunidad para recordar como lo hicieron Faraday y tantos divulgadores después que la ciencia también es un lenguaje para compartir, comprender y celebrar la vida.
Emilia Beltrán, área de comunicación y difusión PCT-UAS


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