El cambio climático es una de las mayores amenazas ambientales a la que nos estamos enfrentando desde hace algunos años, y si no se combate podrá tener consecuencias catastróficas. Hoy en día se perciben impactos como el aumento de la temperatura media mundial, así como la subida del nivel del mar durante los últimos años.
Además, la madre naturaleza sigue impresionándonos con problemas cada vez más graves como afecciones en las cosechas y producción alimentaria, sequías, tormentas, huracanes, riesgos de salud e incendios. Para evitar que esto continúe en crecimiento algunos investigadores han venido diseñando técnicas para alterar el clima, conocida como geoingeniería.
La geoingeniería es el conjunto de tecnologías que permiten manipular el clima, y que tienen dos características esenciales: tiene que ser intencional, así como generar un impacto de gran escala o global. Esta dinámica fue planteada por primera vez en 1946 por Bernard Vonnegut, para 1965 el Comité Asesor de Ciencias del presidente estadounidense de ese entonces, Lyndon Johnson, informó que podría llegar a ser necesario aumentar la reflectividad de la Tierra para compensar el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. De igual manera, en el transcurso de los años lo han venido haciendo otros científicos, y en estos tiempos con el grave problema del calentamiento global ha tomado más fuerza.
A pesar que a través de los años se ha pensado que es un tabú científico, la geoingeniería se ha enfocado en dos estrategias completamente distintas: aspirar el dióxido de carbono del aire para que la atmósfera acumule menos calor, y reflejar más luz solar con la finalidad que el planeta absorba menos calor.
Esta tecnología resurgió luego de que en 2006 el químico atmosférico ganador del Premio Nobel, Paul Crutzen, motivara a realizar investigaciones de geoingeniería. Sin embargo, sigue siendo una gran incógnita debido a que su implementación podría generar más daños climáticos como la acidificación de los océanos o el tremendo daño ambiental que provoca la extracción y quema de combustibles fósiles finitos.
Luego de lo publicado por Crutzen, se han realizado investigaciones por medio de simulaciones informáticas o pequeños experimentos de laboratorio para determinar si es viable, cómo hacerlo, qué partículas se podrían usar y los efectos secundarios que provocaría al medio ambiente. Algunos de los resultados han demostrado que reduciría las temperaturas globales, el aumento del nivel del mar, entre otros cambios climáticos; sin embargo, otros estudios han detectado que altas dosis de ciertas partículas dañan la capa de ozono.
Para el año 2009, científicos rusos fueron los primeros que se encargaron de realizar experimentos de geoingeniería en el mundo real; estos colocaron generadores de aerosol en un helicóptero y un coche, rociando partículas a alturas de hasta 200 metros; estudios que determinaron que el experimento había reducido la cantidad de luz solar que llegaba a la superficie. Posterior a eso, se había acordado realizar un experimento de geoingeniería llamado proyecto SPICE, pero al final fue descartado.
Otro experimento de geoingeniería podría ser el propuesto por científicos de la Universidad de Harvard, quienes desean lanzar un globo con hélices y sensores que rocíe carbonato de calcio en la estratosfera, para posteriormente atravesar la columna e intentar medir diversos parámetros del comportamiento de las partículas.
A pesar de que una universidad tan prestigiada como Harvard ha dedicado tiempo para la investigación de la geoingeniería, esta tecnología continúa siendo un tema complicado científicamente. Por lo pronto, sin nada definido, solamente nos queda seguir con las recomendaciones básicas como evitar el uso de automóviles, ahorrar energía, disminuir el consumo de carne, reducir y reutilizar para cuidar el medio ambiente y prevenir el calentamiento global.
José Alfredo Careaga Ochoa (Comunicación y difusión, PIT-UAS)