El fenómeno de El Niño es un evento climático natural que se caracteriza por el calentamiento anormal de las aguas superficiales del océano Pacífico ecuatorial, lo que afecta a la circulación atmosférica y altera los patrones de precipitación y temperatura en diferentes regiones del mundo.
Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), una agencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) especializada en el tiempo atmosférico, hay un 80% de probabilidades de que El Niño se desarrolle entre julio y septiembre de 2023, lo que podría provocar un aumento de las temperaturas globales y batir nuevos récords de calor.
Entre las consecuencias de El Niño se encuentran las sequías, las inundaciones, los deslizamientos de tierra, los incendios forestales, las plagas, las enfermedades y la escasez de alimentos y agua, que afectan especialmente a los países más vulnerables y pobres.
Estos impactos pueden generar desplazamientos forzados de población, conflictos por los recursos naturales, crisis humanitarias y pérdidas económicas. Por eso, la ONU ha advertido sobre la necesidad de prepararse para afrontar este fenómeno y reducir sus riesgos, así como de adaptarse al cambio climático que lo intensifica.
La ONU también ha llamado a la cooperación internacional y al apoyo a los países más afectados por El Niño, especialmente en África, Asia y América Latina, donde se prevén condiciones meteorológicas extremas que pueden amenazar la seguridad alimentaria, la salud y la educación de millones de personas.
No obstante, la ONU ha instado a aprovechar las oportunidades que ofrece El Niño para mejorar el conocimiento científico, la observación y el monitoreo del clima, y la comunicación y difusión de la información relevante para la toma de decisiones.
En Latinoamérica, ´El Niño´ afecta especialmente a las regiones que tienen costa en el Océano Pacifico, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), los países más afectados por este fenómeno son Ecuador, Perú, Colombia, Chile, Bolivia y Paraguay. Algunas de las consecuencias que sufren estos países son:
Alteraciones en los patrones de lluvia, que pueden provocar sequías o inundaciones, dependiendo de la región; Daños en la agricultura, la ganadería, la pesca y la biodiversidad, por la escasez o el exceso de agua, y por el cambio en la temperatura y la salinidad del mar; Impactos en la salud humana, por el aumento de enfermedades infecciosas, respiratorias y gastrointestinales, asociadas a las condiciones higiénicas y ambientales; Efectos económicos y sociales, por la pérdida de ingresos, la escasez de alimentos, el desplazamiento de poblaciones y el incremento de la pobreza y la vulnerabilidad.
Ahora bien, ¿Es posible frenar este fenómeno o al menos mitigar sus efectos? Algunos expertos opinan que sí, pero que se requiere de una acción coordinada y sostenida entre los países de la región, así como de una mayor conciencia ambiental y social.
Una de las medidas que se propone es el fortalecimiento de los sistemas de monitoreo y alerta temprana, que permitan anticipar los cambios en las condiciones atmosféricas y oceánicas, y así preparar planes de contingencia y prevención. Otra medida es la promoción de prácticas agrícolas y forestales sustentables, que reduzcan la deforestación, la erosión y la contaminación del suelo y el agua, y que favorezcan la conservación de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos.
Finalmente, se plantea la necesidad de mejorar la gobernabilidad y la cooperación regional, para establecer políticas públicas y estrategias comunes que enfrenten el desafío del cambio climático y sus consecuencias sobre el desarrollo humano y el bienestar de las poblaciones.
Emilia Beltrán (Divulgación y difusión PCT_UAS)