Cada 19 de noviembre se celebra el Día Internacional del Hombre, una fecha relativamente joven. Todo empezó en 1999, cuando Jerome Teelucksingh, un profesor de Trinidad y Tobago, decidió que hacía falta un día para hablar de cómo ser hombre también es una experiencia atravesada por expectativas, presiones y cambios culturales. No era una competencia con el Día de la Mujer; más bien, era una invitación a mirar la masculinidad desde otro ángulo, con curiosidad y sin miedo a cuestionar lo que siempre se ha dado por hecho.
Si miramos la historia, la idea de “ser hombre” nunca ha sido la misma. A veces se nos olvida que, en diferentes épocas, los hombres han sido no solo guerreros o proveedores, sino también cuidadores, maestros, artesanos, líderes comunitarios o incluso consejeros espirituales. La historiografía más reciente lo deja claro: la masculinidad ha cambiado una y otra vez, moldeada por la economía, la política y hasta por la forma en que cada sociedad imagina el mundo. Esa historia nos cuenta que no existe un único modelo válido; existen muchos, y todos son producto de su tiempo.
La ciencia, por su parte, ha comenzado a mirar más de cerca lo que significa vivir dentro de esos moldes. Psicólogos, sociólogos y especialistas en salud mental coinciden en algo: los mandatos rígidos de “no llores”, “no te quiebres”, “aguanta”, han tenido un costo. No porque los hombres sean débiles, sino porque se les ha enseñado que pedir ayuda o mostrar vulnerabilidad es casi una falta de identidad. Y así, entre silencios y expectativas, se esconden problemas reales: estrés acumulado, depresión, dificultad para expresar emociones, resistencia a buscar apoyo profesional.
En las universidades pasa algo parecido. La ciencia, durante décadas, se pensó masculina, mientras que carreras como enfermería o educación se consideraban “más para mujeres”. Pero los estudios actuales están demostrando algo fascinante: cuando se promueve una cultura científica incluyente, una donde nadie se siente fuera de lugar, todos ganan. Hombres y mujeres participan más, se sienten más seguros de intentar cosas nuevas y el aprendizaje se vuelve más colaborativo y creativo.
Por eso este día tiene un sentido especial. No se trata de “celebrar la masculinidad tradicional”, sino de abrir la conversación: ¿qué tipo de hombre quiero ser?, ¿qué ideas quiero conservar y cuáles quiero dejar atrás?, ¿cómo podemos construir masculinidades que no lastimen a nadie, ni a uno mismo ni a los demás? La ciencia ha demostrado que las masculinidades más sanas y diversas mejoran la convivencia, la salud mental y las relaciones afectivas. Es un tema de bienestar colectivo, no solo individual.
En resumidas cuentas, este 19 de noviembre puede ser una pausa en la rutina para mirar su propia historia. Las aulas, los pasillos y los proyectos que crean hoy marcarán la forma en que las próximas generaciones entiendan el género. La invitación es sencilla: cuestionar, conversar, escuchar y reconstruir. Porque, al final, la masculinidad es como la historia y la ciencia, está viva, se transforma y puede cambiar para bien.
Emilia Beltrán, área de comunicación y difusión PCT_UAS


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